viernes, 23 de agosto de 2013

Tras el cristal I



Sentir ese poder de pedir y recibir. De mandar y ser obedecido. Obtener la recompensa de compartir el goce de esos actos compartidos........

Hacia días que rondaba por mi cabeza, hasta donde podrían llegar juntas sin estar yo muy presente. Al final reservé una mesa en un conocido restaurante. Para la ocasión y como suele ser mi gusto, les pedí que se vistiesen para conseguir estremecerme con solo mirarlas.

Las nueve era la hora acordada y a la que se reservó la mesa. Como indiqué al hacer mi reserva, solicité que ésta estuviese junto al gran ventanal. Que fuese pequeña y que las dos sillas estuviesen colocadas casi juntas.

Siempre suelen retrasarse, pero la espera bien valió la pena. Al entrar y preguntar por la reserva, las acompañaron y acomodaron adecuadamente en el lugar que acordé.

No parecían estar tan nerviosas como viene siendo habitual. No se si por el tiempo que ya se conocen o por mi ausencia.

Una más al lado que frente a la otra, se cruzaban miradas y se preguntaban cual era la razón de ese encuentro sin mi. Esa inquietud les hacia que con cierta insistencia buscasen por el restaurante, quizás esperando mi llegada. La cual no estaba prevista.

Con el aperitivo, un primer roce de manos, de una manera discreta, sin más intención aparente para los demás, que la del saludo de dos amigas. Yo sabía que era algo más. Un reconocer, un apreciar, un desear, un estremecer, un recordar, un preguntar......

El sol que desde el ventanal entra, se mezcla con la luz tenue del local, haciendo que ambas parezcan dos hadas en un maravilloso bosque. Les sirven el primer plato y al tiempo, el camarero que no ha dejado de fijarse en ellas, les rellena las copas de vino.

Me encanta ver como cierran los ojos en ese preciso instante que ese negro caldo toca su paladar. Como se deleitan y me gusta intentar averiguar que pasa en ese momento por su pensamiento. Esos entrantes escogidos con detalle junto al vino seleccionado, parece que son de su agrado, pues son pocas las palabras que entre ellas se cruzan. No así sus miradas entre pícaras, expectantes; a la espera de que algo ocurra.....

No estoy por la labor de ser visto, prefiero observarlas con detalle desde mi privilegiada situación al otro lado de la calle. El camarero, un apuesto moreno, no deja de prestarles atención con un interés algo superior al del propio servicio. Puedo notar como despiertan en él del deseo haciendo que sus ojos se cristalicen más de lo habitual.

Sin darme cuenta, y seguramente por el efecto desinhibidor del vino, sus roces y caricias son algo menos discretas. Bajo la mesa, Sui siempre más descarada, se ha descalzado y roza la delicada y suave piel de las piernas de Cocó. Y su camarero siguen sin perder detalle, se asombra de éste gesto y lejos de cohibirle, noto como su interés por ella se acrecienta...


Retirado el primer plato y a esperas del segundo, inmersas en su mundo, no separan la mirada de complicidad entre ellas y han dejado por completo la noción de todo lo que pasa a su alrededor. Es momento de mi intervención, para lo que utilizo un mensaje a través del móvil: Quiero que ese camarero que no os quita la vista de encima, se ponga muy nervioso.

Cocó es especial cuando se trata de cumplir mis ordenes, no se si le excita más recibirlas que cumplirlas, pero es algo que la hacer ponerse tremendamente inquieta. Veo como lo comenta con Sui, que abre tanto sus ojos que vuelven a llamar la atención del camarero, que empieza a notar que es el blanco de sus atenciones.

Al servirles el segundo plato, y de manera sutil y sugerente, Cocó más descarada de lo habitual se reclina hacia él, hasta rozarlo con su hombro. El aguanta estóicamente hasta el momento en que Sui se inclina hacia delante y le deja visible la totalidad de su escote y pare de uno de sus pecho. Casi puedo notar como aumenta de manera descontrolada el palpito del corazón de él.

No lo he notado yo solo. También Cocó lo ha notado lo que hace que su instinto de deseo se dispare y mientras el camarero se marcha gira su silla hacia Sui y la besa en un hombro. Alargándolo lo suficiente, hasta que el hecho es evidente para todo el que se encuentra en el restaurante, y como no para el apuesto camarero....