lunes, 11 de abril de 2011

La cereza

Sentado al fondo del comedor, intentaba sin éxito salvar las columnas para llegar a verla. Sin darme cuenta había llegado a mi lado y un cruce de miradas y un tímido hola fue nuestro primer contacto.

Quería disfrutar por lo que intenté saborear cada uno de los bocados que probaba. Un buen vino para aromatizar y agua para aclarar mi gusto.

Entre bocado y bocado la buscaba para descubrir cada uno de sus movimientos. Disfrutaba de esa pequeña y proporcionada figura con esa larga melena negra.Un bocado me traía un giro de su cabeza, el siguiente una sonrisa, otro su sonrisa al cruzar mi mirada.

No podía alargar mas la cena y el azar me proporcionó que al salir, ella detrás de la barra estuviese sola y aunque ya lo habíamos acordado, le recordé: "Llámame al salir". Ella tímidamente asintió con la cabeza.

No sabía cuanto tiempo tendría que esperar así que hice por disfrutar de un agradable paseo. La noche acompañaba, ni frío, ni calor, ni humedad.

Mi teléfono solo sonó una vez mostrándome su nombre y di media vuelta para encontrarme con ella. Al otro lado de la calle descubrí que me buscaba. Casi dudando de que yo regresase. A decir verdad disfruté ese instante en el que parado ante el semáforo, comprobaba como su impaciencia delataba su interés por mi.

Nos encontramos en medio de la calle, y aunque me moría por abrazarla con fuerzas, solo dos tradicionales besos hicieron de presentación. Invitándola a pasear decidimos coger el coche para ir a un lugar más cómodo.

La noche invitaba a ir cerca del mar y el lugar uno de esos bares de grandes sofás. junto a ella podía notar su nerviosismo. Intenté varias veces, sin éxito, calmarla cogiendo sus manos.

El tiempo pasó tan rápido entre conversaciones de todo tipo y entre pequeños roces de dedos. Me hubiese encantado cogerlas entre mis brazos, pero ella no invitaba, estaba nerviosa. Llegó el momento de regresar y de acompañarla a casa.

Le pregunté. Sabía que no estaba cómodo, los nervios la delataban y creo que el miedo a lo desconocido le impedía disfrutar el momento.

Al acompañarla al portal no pude evitar pedirle que me dejase abrazrla, quería sentir su cuerpo en el mío, demostrarle quien era y sentir alivio. Le advertí que no sería un abrazo ni corto ni suave pero lo necesitaba, necesitaba de su alivio. Al soltarla y despedirme de ella no puede evitar colocar un pequeño y delicado beso en sus labios. Ella no hizo por separar sus labios.

Durante toda la noche descubrí en ella, nervios, impaciencia y miedo. Pero al ir separando mis manos de las suyas descubrí un gran silencio que decía: no te vayas...

Mientras regresaba hacía repaso de todo lo ocurrido. Lejos de cualquier otra sensación viví ternura.